De esto no se habla

¿Por qué hay que hablar del suicidio?

Durkheim concluyó que la tasa de suicidios depende más del tipo de sociedad en la que se producen que de las circunstancias psicológicas de los individuos que finalmente optan por quitarse la vida. El autor invita a no evitar el tema para prevenirlos.

El filósofo y premio Nobel de Literatura Albert Camus comienza su brillante ensayo El mito de Sísifo (inicialmente publicado en francés en 1942) afirmando que “no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de ser vivida es responder la pregunta fundamental. Esto es así porque se trata de una cuestión vital que pone en juego acciones concretas y no tan sólo teoría abstracta. Nadie muere por no poder responder de manera definitiva si el mundo es infinito o finito, si el alma es o no inmaterial o cuál es la naturaleza del tiempo (por citar algunos problemas filosóficos clásicos), pero mucha gente muere día a día por no encontrarle suficiente sentido a la vida y por no haber recibido ayuda profesional a tiempo. Aquella persona que toma la decisión trágica de quitarse la vida de manera anticipada está haciendo una especie de confesión. ¿Qué es aquello que confiesa? Que la vida lo ha sobrepasado, que no ha podido comprender cabalmente qué sentido tiene permanecer en la existencia. A veces no estamos atentos y no somos capaces de anticipar (y, eventualmente, intentar evitar) un suicidio de alguien cercano. Pues, como dice Camus, “un acto suicida se prepara en el silencio del corazón”. Precisamente el tema ha sido comúnmente silenciado por la sociedad, que lo ha relegado al reino de los “temas tabúes”, y cuando se lo ha tratado desde los medios de comunicación se lo ha hecho muchas veces de manera incorrecta, difundiendo mitos infundados que sólo contribuyen a confundir a la población. Por ejemplo, se ha dicho que los niños no se suicidan (dato patentemente falso) o que quienes avisan que se van a quitar la vida finalmente no lo harán (otro hecho ampliamente refutado por la experiencia, pues la mayoría de las personas que se suicidan hicieron saber su propósito de quitarse la vida en algún momento). Tampoco la educación formal ha estado a la altura de las circunstancias y, lejos de combatir activamente el bullying (acoso físico y/o psicológico) desde las escuelas, la cuestión se suele minimizar o simplemente ignorar. Sin embargo, el bullying es una de las tantas causas que puede precipitar, y lo ha hecho en muchas ocasiones, un acto suicida ya latente.

A veces no estamos atentos y no somos capaces de anticipar (y, eventualmente, intentar evitar) un suicidio de alguien cercano. Pues, como dice Camus, “un acto suicida se prepara en el silencio del corazón”. 

El título del libro de Albert Camus con el que empecé esta columna proviene de un sufrido personaje de la mitología griega, Sísifo, quien con mucha astucia engañó repetidamente a los dioses (incluyendo a Zeus, el Padre del Olimpo) y los hizo enfadar. Como consecuencia, lo condenaron a un castigo ejemplar: Sísifo debía subir una pesada roca hasta la cima de una montaña empinada. Y cuando estuviera a punto de llegar a la cima, la gran roca caería hacia el valle, para que él nuevamente volviera a subirla. Esto se repetiría sucesivamente por toda la eternidad. Quizás sin saberlo día a día nos crucemos con numerosos Sísifos, que no le encuentran sentido a sus vidas, a las que consideran tan inútiles y repetitivas como la acción del héroe mitológico, quien sólo puede sentir un poco de felicidad en el momento exacto en el que ha terminado de empujar la piedra hasta la cima y todavía no tiene que comenzar de nuevo. ¿No será esa misma satisfacción pasajera que solemos sentir el viernes a la noche, cuando después de una semana cargada de rutina y estrés soñamos con descansar la mente y el cuerpo el fin de semana?

El acoso escolar o bullying es la exposición que sufre un niño a daños físicos y psicológicos de forma intencionada y reiterada por parte de otro.

Algunos psiquiatras han hablado de un gen suicida, el cual parece corroborarse en ciertas personas que ya tuvieron antecedentes familiares y que se ven atormentados por la idea del suicidio. Si bien no entraré de lleno en este punto, por no ser de mi especialidad, referiré brevemente el caso de Ludwig Wittgenstein (1889-1951), célebre lógico y filósofo austríaco que tenía una pesada herencia familiar: tres de sus hermanos varones se habían suicidado. Ludwig relata en varias oportunidades haber sido abrumado durante muchos años por pensamientos suicidas, que preocupaban a su entorno y a él mismo. Afortunadamente no fue esa la causa de su muerte, sino que pudo apostar fuertemente a la vida. Y unos días antes de perder la conciencia debido a una enfermedad terminal, le rogó a la esposa de su doctor reproducir sus últimas palabras: “Dígales a todos que he tenido una vida maravillosa”.

El suicidio es el único problema realmente serio y, lejos de taparlo, debemos tematizarlo sin rodeos para reconocer los signos de alerta, ayudando a las personas con ideas suicidas a salir de esa situación. No por hablarlo se aumentan las chances de que el hecho ocurra. Ese es otro de los mitos que ha circulado con lamentable frecuencia. Si bien se trata de un fenómeno multicausal, yo me voy a detener en dos factores que podrían precipitar un acto suicida en alguien ya propenso a ese tipo de pensamientos autodestructivos: la soledad crónica y el bullying. Con respecto al primer punto, el sociólogo francés Émile Durkheim publicó a fines del siglo XIX un extraordinario estudio sobre el suicidio, en el que sugirió que la integración social funciona como un dique protector frente al suicidio. En efecto, las tasas de suicidio que él analizó en distintos países de Europa mostraban que las sociedades en las cuales los vínculos sociales eran más débiles, y el individualismo resultaba ser más exacerbado, eran más propensas a generar suicidios en su interior. Durkheim concluyó que la tasa de suicidios depende más del tipo de sociedad en la que se producen que de las circunstancias psicológicas de los individuos que finalmente optan por quitarse la vida. En relación con el bullying, es preciso mencionar que los chicos nos dan señales de que están sufriendo (muchas veces por soportar acoso físico y/o psicológico en la escuela) y esas señales suelen pasar desapercibidas por falta de atención o por subestimar un tema tan complejo, que ha conducido al suicidio a muchos niños y/o jóvenes a lo largo y a lo ancho del planeta. La situación del bullying sólo se puede revertir culturalmente, con una educación (tanto en la casa como en la escuela) que combata el acoso en todas sus formas. Como adultos, debemos dejar de minimizar el bullying pronunciando afirmaciones del tipo “son cosas de chicos”, que sólo sirven para naturalizar y justificar actos que generan grandes traumas en las víctimas. Nosotros mismos debemos dejar de hacerles bullying a nuestros conocidos o en las redes sociales. Los chicos no aprenden de nuestras palabras, sino de nuestros actos concretos. Por eso, el mensaje tiene que ser claro: nunca hay que intentar legitimarse humillando al prójimo

La situación del bullying sólo se puede revertir culturalmente, con una educación (tanto en la casa como en la escuela) que combata el acoso en todas sus formas.

Para finalizar, afirmo que el suicidio tiene que dejar de ser un tema tabú. Hay que hablarlo de una manera clara, directa y seria para que quienes están sufriendo demasiado puedan pedir ayuda sin temor a ser juzgados. Asimismo, es importante acompañar a todo aquel Sísifo contemporáneo que no puede generar sentidos y que piensa recurrentemente en el suicidio. Si bien “la vida tendrá todo el sentido que seamos capaces de darle”, como ya señaló con lucidez el filósofo francés Jean-Paul Sartre, a veces necesitaremos una ayuda profesional para darle un significado a nuestra vida y para evitar un desenlace fatal.